Del Amazonas al Caribe, en canoa

Desde Ecuador, en el mismo centro de mundo, en el sitio quiteño que lleva por nombre Plaza Indoamérica, el 25 de febrero de 1987 comenzó, con una emotiva ceremonia, el extraordinario e histórico episodio que fue el viaje en canoa desde el Amazonas al Caribe.

La expedición, que involucró en su itinerario una veintena de países, comenzó a perfilarse en las primeras reuniones iberoamericanas convocadas a partir de 1983 con motivo del aniversario del encuentro entre el Viejo y el Nuevo Mundo.

España, República Dominicana, Argentina y Costa Rica fueron receptores de las delegaciones de aquellos Estados cuyos pueblos tenían una historia común iniciada cinco siglos atrás. En esas jornadas anuales de trabajo, se debatió y fue aprobada la propuesta de ejecutar el proyecto En canoa del Amazonas al Caribe.

Al frente del mismo fue designado el Dr. Antonio Núñez Jiménez, presidente de la delegación de Cuba a las reuniones. Su currículo y disposición hacia las ciencias —era geógrafo e historiador de profesión—, su carisma personal, y su vocación y proyección de principios a favor de la integración latinoamericana, lo convertían de hecho en un líder indiscutible para conducir la cruzada cultural que no tenía precedentes contemporáneos.

Para alcanzar los objetivos de aquella expedición que pretendía reconocer los aportes culturales de toda una región hasta entonces preterida, de revivir el descubrimiento del Caribe y sus islas por las comunidades prehispánicas y autóctonas de las cuencas de los ríos Amazona y Orinoco, e investigar el impacto del desarrollo moderno en los territorios recorridos, el Dr. Núñez Jiménez se empeñó en difundir el proyecto entre los intelectuales de América Latina y sus líderes políticos.

Visitó Ecuador, Perú, Colombia, Brasil, Venezuela, Puerto Rico y otros países del área continental y antillana, y se entrevistó con muchos de sus presidentes, pronunció conferencias en universidades y centros de investigaciones, y viajó a través de los ríos Napo, Amazonas y Orinoco para organizar lo que sería la hechura de las canoas y su itinerario.

Atravesar los Andes orientales del Ecuador fue el preámbulo de la travesía. Durante un año, los hombres y las mujeres que la llevaron a cabo, las más de las veces bogando por ríos y mares y otras navegando a la vela, pero también marchando a pie o a lomo de animal por tupidas selvas en tierra firme o por territorios insulares, recorrieron en su andar unos 17 422 kilómetros.

La navegación fluvial comenzó en Misahualli, un pueblo ubicado a orillas del río Napo. El Amazonas, el río más caudaloso del planeta, fue superado, al igual que otros muchos más: Río Negro, el Temi, y Río Atabapo.

Los expedicionarios alcanzaron el delta del Orinoco y en las dos canoas construidas con las técnicas tradicionales de los quichuas, salieron al Atlántico y por el arco de las Antillas Menores, ganaron las Antillas Mayores. La isla de San Salvador en las Bahamas, donde recaló Cristóbal Colón por vez primera en el Nuevo Mundo, fue el lugar de llegada y el final de la proeza.

La apasionante travesía, que fue realizada en las rústicas pero muy marineras canoas Hatuey y Simón Bolívar, no estuvo exenta de peligros, pero todos fueron sorteados.

Los datos que aportaron las investigaciones geográficas, botánicas, zoológicas, geológicas, sociológicas, ecológicas, arqueológicas y de otras disciplinas permitieron una valoración mucho más fidedigna de las regiones recorridas y una visión de conjunto más auténtica de un Mundo apenas explorado.

Un magnífico estandarte obra del pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín, cuya insignia encarna en un pájaro multicolor iluminado por una espléndida luna blanca y redonda, acompañó los destinos de aquella proeza.

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