Mientras millones de personas “globalizadas” consumen en el mundo las producciones (no carentes de calidad) de Disney, los cubanos se regocijan de tener entre sus dibujos animados más preciados los de Elpidio Valdés, el popularísimo mambí (combatientes por la independencia) creado por el talento de Juan Padrón, quien llega, victorioso este año a sus setenta de vida.
Padrón me dijo una vez que su modesta aspiración cuando dio vida a lo que se convertiría en una saga de alcance universal, era “hacer una historia de aventuras con un personaje cubano del siglo XIX que se moviera por distintas partes del mundo”.
Nunca pensó que se convertiría en un clásico, me confesó, aunque sí sentía que, desde 1974, cuando realizó los dos primeros filmes trasladando a su carismático mambí de las historietas que creó para el semanario Pionero al cine, sintió como, año tras año, iba creciendo el cariño de los niños y los jóvenes por el muñequito. Y yo agregaría que el de los adultos también.
Desde la década del sesenta, el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) tuvo entre sus objetivos el desarrollo del cine de animación en Cuba y para ello creó un departamento bajo la dirección de ese pionero del género en Cuba que fue Jesús de Armas.
En aquel momento, los animados, con mucha influencia de la escuela norteamericana, estaban dirigidos a los adultos pero, ya en 1970, se orientan hacia los niños. De esa empresa participaron directores como Tulio Raggi, Hernán Hernández, Mario Rivas y el propio Juan Padrón.
Se olvida con frecuencia, como uno de los antecedentes más importantes del despegue del animado en Cuba, la colaboración del australiano Harry Reade, quien formó parte del equipo de fundadores y aportó a su más destacado discípulo, hablamos de Padrón, esa estructura dramatúrgica y esa solidez en los guiones, que faltaba a los primeros cortos cubanos y que comienza con la saga de Pepe, un personaje inmerso en la realidad del país durante los finales de los sesenta: defensa, recogida de café y trabajos voluntarios.
El genio de Padrón aprovechó muy bien las lecciones y tuvo un impacto decisivo en el esplendor, durante los ochenta, del dibujo animado en Cuba, cuando fue director del departamento y logró cohesionar al equipo de trabajo imprimiéndole un espíritu de colectivo.
También de decisiva importancia fue la influencia recibida de algunos países del antiguo campo socialista que poseían un excelente resultado en la animación, como fueron Checoslovaquia, Polonia, Hungría y Yugoslavia.
De esta manera se fue conformando una escuela cubana que pasó de la simple caricatura a una cinematografía del animado de alto vuelo artístico a la que no faltaron lirismo ni ese sentido del humor, tan característico de la idiosincrasia nacional.
Pero fue, sin duda alguna la realización del primer largometraje, precisamente el titulado Elpidio Valdés (1979) el que universalizó la producción cubana.
Un guión construido con excepcional ingenio, el refinado humor criollo, la hábil utilización del lenguaje cinematográfico con la variedad de planos y el movimiento de cámaras atrajo la mirada de más de un millón de espectadores en la Isla.
Esa película superó, en términos de taquilla, a todas las cintas de ficción exhibidas ese año en las salas de cine.
Bueno es aclarar que Elpidio Valdés tiene por detrás una ardua investigación histórica realizada con paciencia y detenimiento por su creador. Detalles como los uniformes y las armas de los mambises son fieles a la realidad, lo que garantiza la verosimilitud de las acciones.
Elpidio Valdés es un símbolo de cubanía tanto por su lenguaje, como por su forma de enfrentar al enemigo y su propia fisonomía. Papel muy importante juegan también las voces de los personajes, detalle al que se debe mucho el éxito y el carisma de los mismos.
Toda una saga que tiene una alta demanda tanto en Cuba como fuera de ella, la de Elpidio pasa de mano en mano por todas partes. Desde Miami hasta las más disímiles capitales europeas las ediciones pirata se encargan de su difusión.
No debemos olvidar, sin embargo, otros hitos en la obra de Juan Padrón, sus Filminutos, sus Quinoscopios hechos en colaboración con Joaquín Lavado, el padre de Mafalda y, sobre todo, Vampiros en La Habana, a la que algunos críticos consideran el primer animado postmodernista cubano.
Lo cierto es que si el dibujo animado cubano se muestra cada día más vigoroso y cuenta con una nómina respetable de realizadores talentosos, Juan Padrón es, sin embargo, su gran artífice, su más brillante referente.
Alguna vez le pregunté si no sería factible aprovechar más la literatura que se escribe en Cuba actualmente para elaborar el cine de animación.
Me contestó: “Si las historias tienen buenos personajes, fuertes conflictos, se pueden adaptar al cine de animación. Estoy seguro de que hay cientos de proyectos estimulantes esperando y que alguien los adaptará”.