Cuando uno se adentra en una pieza del artista Vicente Hernández (Batabanó, 1971) la vista y los sentidos son atrapados de una manera vertiginosa. Es un imán que atrae, una voz que nos grita, un campo que nos invita a penetrar por sus laberintos, y sondear los entramados de toda una suerte de estancias que juegan con la memoria, la inteligencia y muchos conceptos. Esos que se agolpan entre formas/colores y esa línea, que en sus creaciones nunca llega a ser recta por completo… Una de las causas por las que sus pinturas, además, nos sumergen en el universo de la armonía.
La obra del creador explora el carácter fronterizo del Tiempo, y penetra en la riqueza metafórica de sus membranas, esas que pueden separar lo interior de lo exterior, y que dividen un universo de otro como su anverso/opuesto.
Todo cabe en su mundo. Pues esa sensación de vivir en un planeta, en un “globo redondo” que flota en el espacio nos la hace sentir en cada creación surgida de sus hábiles manos. Pero no solo físicamente, sino internamente, porque la vastedad de la superficie en que se mueve (tierra, mar y cielo) es tal que puede tocarlo todo… Es, en pocas palabras, esa impresión de ver con los ojos de Dios que desde lo alto observa el movimiento de cada uno de todos nosotros. Aunque hay algo que lo delata terrenal, terrícola y cubano, en particular: el amor por su terruño natal, Batabanó. Ese pequeño y olvidado puerto del sur de La Habana, bañado por el Caribe, es el centro de la Tierra, del mundo y de sus obras. Allí nacieron él y sus pinturas. Por más que se acumulen elementos en el lienzo, y lugares conocidos (París, La Habana, Nueva York, Toronto, Roma, Venecia…), e inventados, artefactos, medios de transportes, casas, gentes… Batabanó aparece de la forma más inaudita y real.
Memorias “tejidas” en óleo
Para hablar de su quehacer artístico hay que armarse de todas las municiones posibles, y entonces poder conquistar hasta sus más caros sueños, esos que deambulan también por las historias tejidas con el óleo, y hasta “conocer” los más disímiles lenguajes para entender/alcanzar la mayor cantidad posible de las palabras/hechos/situaciones… que se agitan en ese inmenso mar pictórico donde se barajan muchos conceptos como el tiempo, los ciclones, el mundo, la vida, el cielo (como vastedad), Batabanó… y muchos más.
Entre tantas sensaciones que embargan al espectador, hay una que sobresale, y es que al mirar sus cuadros uno sabe que el tiempo se ha detenido allí, un proceso que no va al paso con la contemporaneidad, tan agitada, que está siempre en movimiento. Es como si no pasara “¡aparentemente!” refiere el creador, porque detrás todo gira, se agita… Solo hay que ver el viento que a tropel cruza por los lienzos, envueltos en esas gamas de colores tan personales que lo identifican siempre. Tonos fríos y cálidos que se complementan y fluyen desde el centro hacia afuera del “semicírculo”, y ese aire, de tormenta, que le recuerda siempre aquellos ciclones que batían sin cesar las indefensas costas del puerto del Surgidero de Batabanó. Todo ello matizado en tonos que llegan del surrealismo, conceptualismo y, en estos últimos tiempos, hasta con dimensiones hiperrealistas sumadas a ese contexto, sin olvidar el ¡realismo mágico de estas tierras! Con magistral hechura regala con sus trazos una narración compleja/barroca en una síntesis que nos obliga a imaginar lo no representado o, a la inversa, representar lo inimaginable. Y nos enfrenta con lo indescifrable, lo oculto —que a veces es evidente—; entremezcla para construir sus historias plásticas variados lenguajes y una manera de pintar que juega hasta con la gravedad, poniendo en tensión muchos elementos. Propone, además, un equilibrio entre la civilización contemporánea y otras, ancestrales de nuestra cultura y más allá.
Una pieza del artista es un terreno fértil donde se acumulan historias, hechos y realidades de cualquier parte del mundo, pero llevando siempre el sello de cubanía y de batabanidad (con licencia inventiva). Es que su mundo yace dentro del otro. Su obra es muy documental. Surca el espacio trayendo al presente, el pasado, porque el creador, entre sus más anhelados sentimientos, quiere atrapar el Tiempo (sumiso instrumento en sus manos/obra), a Cuba y, sobre todo a Batabanó, en su quehacer artístico, y dentro de él, el pasado para reconstruirlo, y que no se olvide.