Por Alina Veranes
Una hermosa leyenda de amor se vincula a la más antigua fortaleza construida en Cuba, el Castillo de la Real Fuerza. Es la que narra la inacabable espera, desde su torre, de la amante Isabel de Bobadilla —también llamada Inés—, quien desde allí aguardaba con el juicio nublado por la melancolía el regreso de su esposo, Hernando de Soto. Él había partido para no regresar jamás —por causa de muerte— hacia la Florida, en busca de la Fuente de la Juventud y, entre nos, a afianzar allí el dominio de España.
Isabel, tras la partida de Hernando, desempeñó por varios años el cargo de gobernadora y administradora de la Isla, que su esposo le confirió al autorizar la Corona el viaje de este a la Florida. La leyenda debe ser inexacta, pues en aquellos tiempos no existía el Castillo de la Real Fuerza, en cambio sí el conocido por Fuerza Vieja, demolido después.
El mito sostiene que la estatua de la Giralda, más tarde la famosa Giraldilla de La Habana —emblema de la ciudad—, fue inspirada por la amorosa doña Isabel, quien nunca dejó de mirar al horizonte y esperar a su amado, hasta 1544, cuando al conocer de su muerte regresó a España. Consejas de antaño…
Sí son muy ciertas las razones de peso que llevaron a la metrópoli española a iniciar la construcción de ese primer castillo defensor de la ciudad en 1558, a raíz de un asolador saqueo realizado por el pirata Jacques de Sores, en 1555. La obra fue terminada en 1577.
La Habana había sufrido su primer asalto de piratas en 1537 y Santiago de Cuba en 1538. Al Castillo de la Real Fuerza, una modesta mole de piedra que aún se levanta, la había antecedido unos 300 pasos más al norte la fortificación llamada Fuerza Vieja, demolida por su ineficacia en la defensa de la estratégica bahía que prestaba inestimable servicio de enlace de la flota española con sus colonias en el Nuevo Mundo.
Ya en 1521, el envío de una parte del fabuloso tesoro de Moctezuma al rey Carlos V, por parte de Hernán Cortés, desde Veracruz, había sido interceptado y robado por piratas en aguas del Caribe. Eso señala el inicio de la piratería por estos confines, pues esa práctica, a la que se entregaban corsarios y piratas ingleses, franceses, holandeses y de otras naciones, era una de las variantes con que las potencias europeas de la época resolvían sus conflictos políticos y económicos, dentro de su radio de acción.
El Castillo de la Fuerza, relativamente pequeño, fue concebido con estrictas leyes de la geometría que imponían los novedosos conceptos que el Renacimiento difundía en toda Europa. Allí residieron los Capitanes Generales, máximas autoridades de la Corona, desde fines del siglo XVI hasta 1762.
Su torre data de 1632, erigida por orden del gobernador Juan Bitrián de Viamonte, el mismo que dispuso colocar sobre ella la estatua de bronce de la Giraldilla, del escultor habanero Jerónimo Martínez Pinzón.
La urbe se refuerza
La ciudad siguió creciendo y más adelante tampoco esa fortificación ya era suficiente para garantizar la seguridad de sus habitantes y la riqueza que comenzaba a obtener.
Su puerto, por otra parte, cada vez ganaba en importancia estratégica, al estar dotado de un astillero altamente especializado en la construcción y reparación de navíos, avituallamiento de alimentos y enseres a la flota y, en fin, por la posición geográfica donde estaba enclavado, convergencia de disímiles rutas marítimas.
A cada lado o flanco de la entrada de la abrigada bahía de bolsa de Carenas o La Habana comenzó la construcción, a fines del XVI, del Castillo de los Tres Reyes del Morro y el Fuerte de San Salvador de la Punta. Al Morro se le añadió las baterías de los Doce Apóstoles y de la Divina Pastora, con vestigios aún presentes.
En el escudo concedido a La Habana en 1665 aparecen las tres fortificaciones. La historia refrenda que fueron levantadas siguiendo proyectos de ingenieros italianos, por orden del rey Felipe II, tal y como se hizo en otros enclaves coloniales americanos. A la llegada del siglo XVII la Isla disponía de las mentadas fortalezas, apoyadas por otros torreones, el de Cojímar, la Chorrera y San Lázaro, fuera del perímetro de la ciudad de entonces.
Por su posición señera, la torre del Morro comenzó a usarse como faro en 1764, función que fue ratificada con una modernización total de su edificio y equipamiento realizada en 1844.
El ataque y ocupación de La Habana, por un año (de 1762 al 63), por parte de los ingleses, mostró a España luego de recuperar su dominio en la Isla, que urgía remodelar y fortificar su sistema defensivo en la Llave de las Américas.
Si bien hacia 1657, a instancias del gobernador, se hicieron intentos de construir una fortaleza mayor, debido al gran riesgo que sufrían los habitantes de la gran urbe antillana y la isla en su conjunto, por el incesante trasiego de barcos, en aumento desde 1541, de la flota, que cargados de tesoros, se dirigían desde los virreinatos ricos en oro y plata de Tierra Firme hacia España. El alto costo de la empresa hizo desistir del proyecto. Hasta que vino el gran golpe.
Tuvieron que mejorar y rediseñar las líneas defensivas antiguas y construyeron entonces la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, la mayor de todas, y el Castillo Santo Domingo de Atarés y el Castillo del Príncipe, de menor envergadura, en las cercanías del conglomerado citadino que se expandía hacia el oeste, apegado peligrosamente a su bendito litoral.
Sus edificios principales están en pie como testimonio fehaciente de aquel período histórico, algunas con áreas internas remodeladas para su uso contemporáneo, marcado por la conservación y el respeto al pasado.
Esas reliquias arquitectónicas y objetos museables en pie y rescatados son visitados por naturales y turistas foráneos, de acuerdo con programas culturales muy atractivos.
En honor a su trascendencia el sistema defensivo fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1982.
Desde 1673 a 1740, aproximadamente, la defensa de la ciudad recibió un inusual acabado con la construcción de una muralla que ceñía el conglomerado humano citadino y lo separaba, con miras de protección, de la zona rural, e incluso tenía postas de cara al litoral, algo que muchos desconocen. El estilo renacentista de los castillos se combinó con esa variante sencillamente medieval, algo que tampoco suele notarse. El progreso venía de la mano con la tradición.
De esa muralla apenas queda un fragmento en un punto señalado del centro histórico.
La única fortaleza construida en el centro de la isla fue la de Nuestra Señora de los Ángeles de Jagua (1745). Se localiza en la ribera occidental de la bahía de la ciudad de Cienfuegos, en la Loma de la Vigía.
Santiago de Cuba, que pasó a ser la capital de la Isla con relativa rapidez, después de la primada Baracoa, tuvo un desarrollo lento en cuanto al sistema de defensa. En el año 1539, al siguiente de un ataque de piratería en la que logró defenderse bien, los documentos testimonian la existencia de un baluarte para la salvaguarda del puerto y el muelle de la ciudad.
Hay constancia también de que en 1618 se construyó a la carrera un reductillo y en 1619 se erigió una plataforma destinada como base de cañones artilleros. Pero la construcción de una fortaleza monumental que respondiera al estilo de las existentes en La Habana demoró unos 60 años más.
Sin embargo, los proyectos habían surgido antes, como el trabajo conjunto del ingeniero militar italiano, el mismo que trabajó en el Morro de La Habana, Juan Bautista Antonelli con Pedro Roca de Borja, para dotar la entrada y boca del puerto de Santiago de una fortaleza, en 1638.
Pero tuvo que llegar el siglo XVIII para que ello se materializara. Junto a la modernización y construcción de nuevas fortalezas militares en La Habana y Cienfuegos, como ya mencionamos, Santiago pudo levantar una línea de defensa costera completa mediante un sistema de fuertes cercanos a su Morro, nombrados La Estrella, Aguadores, Juraguá, Cabañas y Guaicabón, así como en la isleta que luego respondió al nombre de cayo Smith, en su bahía.
La Villa de San Cristóbal de La Habana, después de soportar salvajes incursiones de la piratería y hasta el asalto y sometimiento de una nueva potencia europea, fue aprendiendo las lecciones, tras sucesos en los cuales sus habitantes entregaron su sangre, bienes y heroísmo.
En su momento, el sistema de fortificaciones construido por la metrópoli marcó el honor y la gloria de una potencia que llegó a este lado del mundo a conquistarlo y resarcir sus arcas que entonces ya flaqueaban.
Con el tiempo aquella metrópoli vio perder sin remedio su poderío mundial y, aun así, se preparaba para preservarlo. Hoy esa magnífica huella es valorada como tesoro cultural y legado de la historia, y como muestra admirable del valor del ingenio humano, sembrado en estas tierras nuevas que tuvieron otro camino, su propio camino.