La Fuente de la India también se conoce como La Noble Habana. De una belleza indiscutible, la estructura y escultura permanece inalterable ante el tiempo, sin perder su atractivo en la privilegiada posición que ocupa, en una arteria sumamente frecuentada.
Este complejo de fuente y escultura representa la imagen de la India Habana, en cuyo honor fue nombrada la ciudad.
Al final, o inicio, quien sabe, del paseo de Isabel II o del Prado (ahora Martí), a unos pasos de la Avenida Máximo Gómez, que popularmente se conoce como la calle Monte, aproximadamente a unos 100 metros al sur del Capitolio de La Habana, se encuentra esta bella obra de arte.
Colocada al final de la Alameda de Extramuros, hoy Paseo del Prado, en el lugar donde hasta entonces había estado desde 1803 la estatua del rey Carlos III se enseñorea. Su inauguración constituyó un acontecimiento en la entonces aún joven villa de San Cristóbal de La Habana (fundada definitivamente en 1519).
En 1863, por acuerdo del Ayuntamiento, se trasladó al Parque Central. En 1928, cuando ese campo se transformó en Plaza de la Fraternidad, se le volvió a dar la posición actual, o sea la inicial.
La fuente de la India o de la Noble Habana fue inaugurada el 15 de febrero de 1837. Su construcción y colocación se debió a la iniciativa del Conde de Villanueva, un comerciante a quien se debe el mercado de tabaco y el ferrocarril de este país.
Tanto esta fuente, como la de los Leones de la Plaza de San Francisco, fueron encargadas a Italia, a Gerolamo Rossi y Antonio Boggiano, quienes confiaron el trabajo artístico al escultor, también italiano, Giuseppe Gaggini.
El autor se apoyó en los diseños preparados en La Habana por el coronel Manuel Pastor con las modificaciones que le introdujo el arquitecto italiano Tagliafichi.
De unos tres metros de altura, La India es una fuente de mármol blanco sobre un pedestal cuadrilongo con cuatro delfines, uno en cada esquina, cuyas lenguas son surtidores que vierten el agua sobre las enormes conchas que forman su base.
Sobre una roca marmórea está sentada la bella joven india mirando hacia el Oriente como si oteara en el horizonte a algún ser perdido.
Su rostro es el de una nativa, pero, y es una de las críticas a su creador, la estatua presenta un perfil típico de una mujer griega, que, para su época, era el prototipo de la perfección femenina, realmente aún lo es.
Pero si griego era el perfil de la indígena, las piernas de la escultura sí denotan las formas menos mórbidas patentes en las autóctonas de la Isla, tal como lo marcan los historiadores.
Lleva en la cabeza una corona de plumas y sobre el hombro izquierdo el carcaj repleto de flechas va sujeto al hombro izquierdo, mientras que con la mano derecha sostiene el extremo superior de un escudo oval, que ostenta los símbolos de la ciudad en su primera concepción.
En la mano izquierda lleva la cornucopia de Amaltea, pero el italiano sustituyó frutas europeas por cubanas, coronadas por una piña. Su imagen es resaltada por un pedestal adornado por laureles y guirnaldas, que soportan cuatro enormes delfines.
El gran vaso o pilón de la fuente es de forma elíptica y mide cerca de nueve metros por su parte exterior, en su eje mayor, con una altura de 76 centímetros.
Para el brocal, los artistas dejaron 14 bloques de mármol de un espesor promedio de 40 centímetros, liso en su parte interior y graciosamente moldurado por su parte exterior con su base, en forma de cáliz. El monumento está formado por 14 bloques de 85 centímetros de ancho por 20 de espesor a manera de escalón.
Un lugar verdaderamente inspirador. Se dice que la noche anterior a su inauguración sopló en la villa un viento tan fuerte que varios árboles y viviendas resultaron derrumbados. Sin embargo, la tela que cubría la estatua ni siquiera se movió.
Quién sabe si fue cierto o falso, pero lo real es que esa india aún permanece en el mismo lugar y recibe a los visitantes que llegan a ella desde todos los confines del planeta.