Sendero arqueológico El Guafe: refugio de la diosa Atabeira

Recorrer el sendero arqueológico El Guafe, enclavado cerca de las terrazas marinas de Cabo Cruz, en el parque Nacional Desembarco del Granma, lleva unas dos horas, si se hace como “vuelo de pájaro” sin detenerse demasiado en puntos de interés. Los expertos podrían pasarse días estudiando sus diversos tesoros.

De todas formas, todo viajero o vacacionista debe ir preparado para la caminata, las altas temperaturas y combatir la sed, pero vale la pena. Por suerte, no tendrá el riesgo de ser atacado por alimañas o fieras salvajes. Hermosos senderos pasan por una serie de interesantes formaciones vegetales, que van desde el matorral xeromorfo al bosque semideciduo.

A pesar de ello y que no es tan notorio el verdor, como en otro tipo de bosque cubano, la flora y fauna son espléndidas. En aves se encuentra lo que más vale y brilla del país. El pájaro nacional: tocororo, con los colores de la bandera, la bella cartacuba, un tipo de colibrí llamado zunzún, el ave más pequeña del mundo, el arriero, la burlona guacaica, los carpinteros verde, churroso y jabao, el cabrero y el negrito…

Una rareza zoológica pervive en El Guafe, la nombrada comúnmente lagartija de hojarasca, un reptil relicto, que vive bajo el manto de hojas secas en putrefacción y debajo de las piedras, buscando la temperatura idónea para su sangre fría.

De cuerpo cilíndrico y con escamas, zigzaguea como los ofidios, pero es diminuta, pues no alcanza un tamaño mayor a los 10 cm. La flora es muy típica de la zona: frondosos jagueyes, almácigos y haytes, carolinas, hasta las impactantes y bellas flores del curujey.

El Guafe es también una especie de joya de la espeleología, pues en él yace uno de los sitios arqueológicos más importantes del país. Abarca restos de un conjunto habitacional o antigua aldea, un sitio para ceremonias y un conjunto funerario de la cultura subtaína agroalfarera, cuyos representantes habitaron la isla y cayos adyacente miles de años antes de la llegada de Cristóbal Colón.

De esos lugares, el más fascinante y enigmático es tal vez la cueva del Ídolo del Agua, dedicado a la diosa antillana Atabeira, tallada en piedra por los aborígenes y solo iluminada directamente y de manera diáfana por el sol durante el solsticio de invierno, los días 21 y 22 de diciembre.

Muchas preguntas ha generado y hasta veneración rediviva la presencia de esta primitiva escultura de la deidad, asociada a la fertilidad. Contemplar su raro fulgor decembrino es símbolo de buena suerte y hay quien afirma que quien pueda hacerlo tendrá la oportunidad de pedirle tres deseos y serán cumplidos.

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