El Valle de los Ingenios, al centro-sur del archipiélago cubano, es más que un paisaje de romántica belleza, repleto de dones naturales. La naturaleza y la mano del hombre se conjugaron allí por más de tres siglos para crear un fresco de colores intensos de la vida y sociedad cubana durante la etapa colonial desde los siglos XVII al XIX, con apogeo hasta la primera mitad del último.
Situado en las cercanías de la afamada ciudad de Trinidad, la villa colonial mejor conservada de Cuba, el Valle de los Ingenios es una planicie triangular de 253 km cuadrados de extensión que agrupa los llanos de San Luis, Agabama-Meyer y Santa Rosa.
Trinidad y el Valle de los Ingenios fueron en su tiempo un todo formado por dos elementos claves, cuya sinergia era vital a cada uno para la sobrevivencia y prosperidad del otro. Solo hay que ir a la historia para constatarlo.
Monumentos y vestigios de ese pasado, reflejo del avance de una economía basada en la plantación de caña y producción azucarera, algunos bien conservados y otros en proceso de rescate, esperan al visitante interesado en combinar el recreo y diversión con el conocimiento de la cultura de la mayor de las Antillas.
Más de 70 vestigios arqueológicos de los antiguos ingenios o fábricas de azúcar, que dan nombre al afamado valle, más restos de casas viviendas cuentan una historia sumamente interesante que creció gracias al sudor de los esclavos traídos de manera forzada e ignominiosa desde África.
De modo que aparte de los valores paisajísticos y de la arquitectura colonial aún en pie, la llamada Ruta del Esclavo también es parte indisoluble de un recorrido por este revelador y fascinante sitio que todavía parece mirarnos desde un pasado que fue muy real, aunque hoy parezca de película.
Con la incorporación de la Ruta del Esclavo, el viajero podrá visitar el Mirador del Valle, desde donde admirará el impactante paisaje de los llanos de Trinidad. También deleitar el variado menú de la Casa Guanichango, otrora hacienda devenida restaurante y expendio de comida ligera. Otro punto sensacional es el disfrute ecológico que aporta un chapuzón en las aguas de la cascada de Jabira, sitio de descanso y solaz.
El valle fue un lugar propicio para el crecimiento de la llamada sacarocracia de la colonia debido a sus fértiles tierras, que después depauperaron, y a su cercanía de lugares costeros de embarque. La mala fortuna del lugar empezó con la crisis económica mundial de 1857 y se agudizó con la guerra nacional de liberación iniciada en el 1868, que duró 10 años.
Hoy perviven con buen estado de conservación haciendas como las de Manaca-Iznaga, Buena Vista, Delicias, Guáimaro y Magua, todas ellas con arquitectura neoclásica. Algunas son muy interesantes de visitar, como la torre campanario de Manaca-Iznaga o el Museo del Azúcar que alberga Guáimaro.
En 1988 Trinidad y el Valle de los Ingenios fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Un punto y aparte merece en nuestra descripción los enclaves de la casona y la torre campanario de Manaca-Iznaga, de 43 metros, tal vez los más famosos emblemas del amplio complejo del valle.
También los restos del antiguo ingenio de San Isidro de los Destiladeros, todo un símbolo también del desarrollo agrario en la economía de plantación, basada en el trabajo esclavo, pero también del uso de avances técnicos en la producción azucarera, un producto que llegó a alcanzar preponderancia en la economía cubana más adelante. Un tema que ha merecido varios análisis, pero que ahora no son de nuestra incumbencia en este trabajo.