Cachita, la virgen de los cubanos

Cuando una Virgen es la Patrona de una nación multirracial y multicultural, su imagen se fragmenta como si estuviera reflejada en una galería de espejos.

Por eso, para presentar a Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, a quien los cubanos llaman familiarmente Cachita, hay que ser diestro como un prestidigitador, y extender frente a los espectadores la mano abierta, en cuya palma bailan varias mujeres de razas diversas que portan diferentes atributos; unas llevan un niño en el regazo mientras otras, morenas y voluptuosas, solo exhiben un cuerpo salvaje casi en plena desnudez.

Para comprender la relación entre una mulata de formas arrolladoras y sensuales, que embadurna sus carnes con miel y baila envuelta en una ligerísima túnica amarilla contorsionándose cual pantera en la selva, y la casta María de Nazareth, madre de Cristo, siempre púdicamente cubierta con manto, corona y velo, hay que haber nacido en Cuba. El choque brutal entre Europa y África en el Nuevo Mundo creó un panteón divino donde las cosas andan algo confusas.

Hay dos versiones históricas sobre la llegada de la primera estatua de la Virgen a tierras cubanas, pero ambas coinciden en que la trajo consigo desde Toledo un militar español en los primeros tiempos de la Conquista.

Sin embargo, la fuerza de la leyenda ha opacado a la realidad, porque habla de un impactante milagro: la aparición de la imagen en 1612 a tres esclavos, dos hermanos aborígenes y un niño negro, quienes habían salido en un bote a la bahía de Nipe en busca de sal.

Un mal tiempo los habría sorprendido en la faena, y en respuesta a sus ruegos los Tres Juanes, nombre con el que han pasado a la imaginería popular, vieron la estatua de la santa flotar sobre las aguas, con un cintillo en su base que rezaba: “Yo soy la Virgen de la Caridad”. Los Tres Juanes escaparon ilesos de la tormenta y llevaron a tierra la imagen, que tuvo varios emplazamientos antes de ocupar el santuario actual, todos en la cercanía de unas minas de cobre. Cuenta la leyenda que el pequeño esclavo negro fue su primer capellán, y el primero a quien la Virgen hizo el milagro de mantener siempre encendida la lámpara votiva de cobre que alumbraba su rústica ermita, de donde solía desaparecer de vez en cuando misteriosamente, para asombro y espanto de sus fieles.

El segundo milagro que se le atribuye es su aparición a una niña campesina, de nombre Apolonia, mientras esta cazaba mariposas en las serranías. Ello hizo pensar a sus devotos que la Virgen quería vivir en las montañas, por lo que la llevaron a la colina llamada Santiago del Prado, donde se le erigió su primer templo, que tiempo después se derrumbó a causa de una explosión en las minas. Desde entonces, los milagros de Cachita, Madre de los Cubanos, jamás se han detenido. Durante los tiempos difíciles de las Guerras de Independencia libradas por los criollos contra España, los insurrectos se encomendaban a la santa con fervor y le rogaban por la salvación de sus familias y el logro de la libertad que tanto ansiaban, y la llamaban Virgen Mambisa.

En 1915, trece años después de la fundación de la República, veteranos del Ejército Libertador enviaron una misiva al Papa Benedicto XV pidiéndole que proclamara a la Caridad de El Cobre Patrona de Cuba.

El santuario actual de Cachita, se encuentra en La Maboa, a unos veinte kilómetros de la ciudad de Santiago de Cuba, y está rodeado del hermosísimo paisaje montañoso de la zona, donde el aire es fresco y perfumado, muy salutífero, y el cielo exhibe un azul limpio y radiante. El edificio posee tres naves; la central concluye en una cúpula decorada con vitrales, y las laterales tienen torres rematadas por campanarios.

La imagen sagrada, colocada en un altar labrado en plata maciza y adornado con objetos de notable valor, reposa en la estancia llamada Camarín de la Virgen, bajo la cual se encuentra otra de menor tamaño conocida como Capilla de los Milagros, local pequeño donde los más de 500 devotos que acuden cada día depositan en calidad de ofrendas joyas de oro y plata, piedras preciosas, cartas, dinero, prótesis, muletas y toda clase de exvotos, algunos de gran riqueza. El santuario abre sus puertas cada día para ofrecer diversos servicios religiosos, y cuenta con una muy confortable hostelería de arquitectura antigua para acoger a los visitantes.

Como la historia de Cachita se relaciona desde sus comienzos con el cobre, los fieles que visitan el santuario procuran llevarse piedras incrustadas con fragmentos de ese metal, que luego colocan en sus altares privados o llevan en sus bolsos y entre sus vestiduras, con la certeza de que los protegerán contra maleficios, enfermedades y tragedias de toda clase.

Tales piedras también decoran la madera y el cristal de las cúpulas de variado tamaño que los artesanos venden en toda la Isla como receptáculo de la santa venerada. Estas piezas son tan solicitadas y se les atribuye tanto poder, que ya es famosa la canción donde alguien pide a un amigo: “Y si vas al Cobre/ quiero que me traigas/ una virgencita de la Caridad” y, por supuesto, también una piedrita, si es posible bendecida.

Tan venerada es nuestra Virgen de El Cobre, que hasta un yankee “aplatanado” como el famoso escritor Ernest Hemingway, le entregó en agosto de 1956 la medalla del Premio Nobel de Literatura que le fuera conferido en Estocolmo, como reconocimiento al pueblo cubano por haberle inspirado su célebre novela El viejo y el mar.

Se cree que el sincretismo de la Virgen de la Caridad con la orisha yoruba Oshún, se debe a que el día conmemorativo de ambas deidades es el 8 de septiembre. Los esclavos de Cuba se habrían aprovechado de esta coincidencia para celebrar el culto a su divinidad sin interferencia de las autoridades de la Corona. La madre cubana de Dios integra con la ardiente mulata Oshún, dueña de filtros embrujadores y calabazas de amor, un dúo del que nuestros artistas han hecho infinitamente más representaciones que de la fogosa mestiza Cecilia Valdés, icono supremo de belleza femenina en la Antilla mayor.

Desde imágenes rústicas hasta elaborados óleos; de conceptos vanguardistas a texturas obtenidas sobre el lienzo con humildísimos polvos de café, integran una colección muy variada que cuenta con piezas de alta calidad artística.

No importa si se la adora en las iglesias como a una austera dama blanca, envuelta en el aroma de nardos y azucenas e iluminada por la mística luz de los cirios; o en un frenético “toque de santo” en las estancias de solares y cuarterías, entre velas caseras y el penetrante olor del sudor y el ron barato. Si existe un símbolo capaz de unir a todos los nativos de esta Isla más allá de diferencias raciales, credos políticos, ideologías, edades y sexos, ese símbolo es Ella, la alegre, bailadora, sensual bruja dueña de los ríos, señora de la tiñosa, mujer de Oggún y Changó, la hija de Oloddumare que parió entre sus muslos a este caimán cubano, navegante a su sombra en el mar del Caribe hasta el fin de los tiempos.

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