Clara y luminosa como pocas edificaciones antiguas del Nuevo Mundo, la Iglesia de San Francisco de Paula recorta su relieve sobre el cielo azul del Centro histórico de La Habana, muy cerca del mar. Justo al final de la hermosa Alameda colonial del mismo nombre y en la intersección de las calles Desamparados, Leonor Pérez y San Ignacio, allí la encontrará el caminante.
Si bien hace tiempo no cumple las funciones de templo religioso, todo el mundo continúa llamándola con su nombre original por la manera en que las obras de la restauración han tratado de preservar los valores de esta joya arquitectónica de la capital cubana. Siglos de historia se detuvieron en sus muros de piedra.
Con la impronta y recursos del padre Nicolás Estévez Borges, presbítero y deán de la Catedral de Santiago de Cuba, comenzó la construcción de la Iglesia o ermita el 27 de febrero de 1668. Un año antes, en área colindante, se empezó a levantar un hospital para la atención a mujeres pobres. El padre Estévez también era Beneficiado Rector de la Parroquial Mayor de La Habana.
En 1730 la ermita y hospital sufrieron los embates de un huracán. Y fueron reconstruidos con estilo barroco, con la contribución de vecinos de la villa y algunas limosnas de feligreses.
Hacia 1746 terminaron estos trabajos que llevaron a la ermita a tener el aspecto general actual de la iglesia.
Un dato revelador e indignante de la historia apunta que la Central Railroad, antigua compañía de ferrocarriles estadounidense, dictó la expropiación forzosa de la iglesia y del hospital con el objetivo de convertirlos en depósitos mercantiles. Así, increíblemente comienzan los intentos de demolición, ya que se consideraron los inmuebles carentes de valores patrimoniales.
Sin embargo, los eminentes cubanos Emilio Roig y Fernando Ortiz, junto con importantes sociedades e instituciones del país, se opusieron tenazmente a esos estos planes y en 1944 la iglesia es declarada Monumento Nacional, pero no así el hospital, del que por entonces solo restaban ruinas.
Siguieron, candentes, las polémicas. No obstane, el hospital fue demolido y se inicia la restauración del templo, del que se salva su hermosa cúpula de base octogonal y su fachada con los detalles ornamentales.
Desde el punto de vista arquitectónico, la Iglesia de San Francisco de Paula responde a los dictámenes estilizados, si se quiere, del barroco cubano de la primera mitad del siglo XVIII, sin los excesos de ornamentos y labrados del español y europeo en general. Dicen que por la dureza de la piedra disponible por estos lares.
Hacia fines de la pasada centuria y milenio se iniciaron nuevas obras de restauración capital de la edificación patrimonial. Antes, gracias al empeño y dedicación de intelectuales y artistas cubanos había sido sede de prestigiosas instituciones culturales.
La minuciosa intervención a cargo de la Oficina del Historiador de la Ciudad, doctor Eusebio Leal Spengler, devolvió un esplendor cautivante a la obra, convertida en bella sala de conciertos para la música antigua y en sala de exposiciones de las artes plásticas.
El esplendor interior de hoy
Sería un desperdicio que el viajero, amante de la música o de los valores patrimoniales autóctonos, no se adentrara en los secretos sin tiempo de esta pequeña isla para el regocijo espiritual y la cultura.
Un cuerpo central es una nave en forma de cruz latina, con bóveda de cañón y cúpula. El sello español está marcado por las dos hornacinas intercaladas en columnas adosadas a la fachada que flanquean el arco central. Una espadaña, de la cual no se conservan sus campanas, corona el frente.
Un bello vitral sirve de retablo al altar, aunque en restauraciones realizadas a mediados del pasado siglo hubo que demoler la sacristía y altar mayor, por su excesivo estado de deterioro.
Desde su apertura a principios del nuevo milenio crece el número de los regocijados por los cambios de la venerable Iglesia de San Francisco de Paula. La luz tamizada que pasa a través del vitral creado por los bocetos de Rosa María de la Terga y el pintor Nelson Domínguez, crea el más favorable de los ambientes a los arpegios que generalmente inundan la sala de música que actualmente es.
Otros sobresalientes artistas de hoy, como Juan Quintanilla, Aniceto Díaz e Isavel Jimeno, dieron vida al altar de mármol y murales de cerámica. La maestría de Cosme Proenza y Zayda del Río brilla en el gran tríptico y en el Vía Crucis, de 14 imágenes, respectivamente.
El grupo de música antigua Ars Longa es el anfitrión selecto y principal de esta sala. Pero no lo hace solo, ha compartido este privilegiado escenario con notables artistas cubanos y foráneos.
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