Las últimas décadas del siglo XIX y por extensión las primeras del siglo XX fueron testigo del surgimiento, desarrollo y perfeccionamiento de múltiples innovaciones científicas y tecnológicas que transformaron la dinámica de las relaciones entre las personas.
La industria y mercado del automóvil y de la aviación, así como las transmisiones telefónicas o por radio a corta, mediana y grandes distancias, contribuyeron, sin lugar a dudas, a acelerar las comunicaciones a escala planetaria. Cuba no estuvo ajena al otro tempo que la época finisecular del ochocientos y los albores del novecientos impusieron con su avalancha de nuevos inventos e innovaciones tecnológicas.
En 1898 los asombrados y hasta quizás incrédulos habaneros vieron transitar por las calles adoquinadas de su ciudad, a la velocidad de 12 kilómetros por hora el primer automóvil; su motor, de manufactura francesa, se había producido en la fábrica La Parisienne. Poco después el reconocido farmacéutico José Ernesto Sarrá Hernández conducía un Rochet Schneider descapotable de cuatro plazas, también de fabricación europea, pero con un motor que potenciaba los ocho caballos de fuerza.
En el 1900 ya operaba en La Habana una compañía de automóviles que realizaba viajes en el circuito urbano y hacia otros pueblos y ciudades próximos a la capital, cuyo parque automotriz procedía casi en su mayoría de Estados Unidos.
Un año más tarde, una empresa canadiense, la Havana Railway Company, inició, para beneficio de los capitalinos y una mayor movilidad, el servicio de los tranvías eléctricos.
La telefonía como red nacional comenzó en la Isla en 1909 cuando se le concedió a la empresa estadounidense Cuban Telephone Company la licencia para colocar y explotar a escala municipal y de larga distancia el servicio telefónico; este, ya a finales de 1910, funcionaba por el sistema automático Strowger, con una capacidad de 5 000 líneas o más, operables desde una estación central, con dos sucursales y un enlace de líneas soterradas.
En 1921 comenzaron a prestar servicio los tres cables telefónicos submarinos más largos del mundo, cuyos servicios conectaban a Cuba con Estados Unidos.
El uso de los teléfonos había empezado a generalizarse en La Habana en 1881 a través de la Edison Telephone Exchange, aunque en aquellos primeros tiempos también se operó por la Compañía Eléctrica de Cuba, cuyo presidente de honor resultó ser el militar de alto rango español Arsenio Martínez Campo, uno de los capitanes generales de la Isla.
El capítulo inicial de la aeronáutica cubana comenzó el día 7 de mayo del año 1910 con el despegue de un aeroplano Voisin operado por el piloto francés André Bellot en la pista de carreras para caballos del hipódromo. El aparato, no obstante la pericia de su conductor, no pudo sostenerse por mucho tiempo en el aire y se precipitó a tierra en un lugar cercano al de su despegue, en la costa habanera de Marianao. Tres años después, en la primavera de 1913, dos audaces cubanos, Domingo Rosillo y Agustín Parlá, se revelan como los iniciadores de la era de los vuelos aéreos para Cuba al cubrir, en acción sin precedentes, la distancia existente entre Cayo Hueso y la ciudad de La Habana.
El vuelo del teniente de la Marina Constitucional Antonio Menéndez Peláez en 1936 al salvar la ruta de Camagüey a Sevilla, constituyó también una hazaña para las comunicaciones. Fue él el primer aviador iberoamericano que cruzó el océano Atlántico de oeste a este en un vuelo con el cual no pretendía romper marcas, sino reconocer en gesto solidario la proeza efectuada por los pilotos españoles Mario Barberán y Joaquín Collar a bordo del legendario Cuatro Vientos, en 1933.
Pero si la telefonía o el automóvil, o cualquiera de las variantes para viajar por tierra o por aire fueron importantes para las comunicaciones interpersonales y para establecer pronta y expedita las conexiones entre los seres humanos, la radio fue, durante el siglo pasado una de las vías de mayor alcance social entre cubanos.
La radiodifusión en Cuba, que hacia 1935 contaba con 81 estaciones de onda media y 45 000 aparatos radiorreceptores, tuvo sus orígenes en los primeros años de la década anterior, con la salida al espacio de los primeros radioaficionados y la instalación y funcionamiento de una pequeña estación, la 2LC, en la casa del popular músico Luis Casas Romero, quien se encargó de transmitir, además de música, todos los días y a la misma hora, los partes meteorológicos del Observatorio Nacional.
A principios de los años 30 el escritor Félix B. Caignet, que hizo época en Cuba y en varios países de Hispanoamérica con sus novelas radiadas, llevó a través de las ondas de la emisora santiaguera CMKC los episodios policiacos La serpiente roja, que protagonizó un personaje de su invención llamado Chan Li Po; el suceso batió todos los récords de radioaudiencia.
Hoy día, muchos cubanos hacen uso de la telefonía celular, y otros muchos también han viajado en auto o en avión, pero disfrutar de la fantasía o de la realidad contada en programas para la radio, mantenerse al tanto del tiempo y disfrutar de la música, no es por pura coincidencia, es puro arraigo generalizado, ese que en buena medida parte de lo bueno condicionado y de lo mejor heredado.