Los baracoenses o baracoesos gustan sentenciar: “Quien se bañe en las aguas cristalinas del río Miel, se quedará en Baracoa o al menos regresará siempre que pueda a esta tierra, movido por la nostalgia”.
Tal vez unos 200 años de existencia tenga esta leyenda, nacida a principios del siglo XIX en esta región de sortilegios rica en mitos e historia, en los cuales su naturaleza feraz tiene un protagonismo innegable.
La leyenda del río miel es una de las más bellas transmitidas todavía hoy por los habitantes de la ciudad primada de Cuba.
Cuenta sobre los poderes de un amor puro, apasionado y adolescente: el que sentían uno por el otro la joven francesa Daniela, de dorados cabellos, y el criollo Alejandro, de atezada piel. Desde que se conocieron, una tarde de mayo, se amaron profundamente y sin remedio.
Pero el infortunio apareció en la naciente relación. Daniela descendía de colonos franceses emigrados a la Isla desde la vecina Haití, después de la Revolución de Independencia producida en esa nación a fines del siglo XVIII.
Muchos colonos en fuga encontraron buena tierra para salvar sus vidas y recuperar su patrimonio en áreas montañosas y ciudades del oriente cubano, donde fundaron prósperas haciendas cafetaleras y fomentaron diversos oficios poco conocidos, junto con las artes.
Con la invasión napoleónica a España, los franceses y sus descendientes comenzaron a ser muy mal mirados en las colonias ibéricas de ultramar. En 1808, un Real Decreto aprobado por el Gobernador General de la Isla, dictó la expulsión de todos los franceses residentes en Cuba.
La joven y enamorada Daniela debía marcharse junto a sus coterráneos. La víspera de su partida, decidió despedirse de su amante. Sin embargo, ambos enamorados comprendieron que no podrían vivir separados y admitieron no soportar la idea de vivir alejados. Entonces, en un gesto desesperado, decidieron huir hacia el monte profundo que los circundaba.
En horas de la noche iniciaron la fuga, recorriendo a pie intrincados senderos boscosos y de montaña, en busca de un lugar seguro que sirviera de remanso y paraíso para su amor. En el trayecto se encontraron con la corriente del río Miel, en cuyas aguas se bañaron y estrecharon los lazos de su amor.
Conmovido ante la belleza física y moral de los amantes, dicen que el río llegó a hablarles y prometió que sus aguas tendrían el poder, en lo adelante, de retener o hacer volver, a quienes disfrutaran de sus bondades.
Se cree que los amantes pudieron encontrar la felicidad en aquel ambiente protector.
Este relato es uno de los preferidos, aunque no el único, de los habitantes de Baracoa, de modo que ha pasado la prueba del tiempo, por suerte para los que visitan ese lugar mágico.