Cuentan que hace muchos años vivían en La Habana dos asturianos propietarios de sendos bares, en constante disputa por preparar los mejores cocteles, preferidos cada vez más por figuras de la farándula: Bigote de Gato uno —cuyo dueño trascendió dentro del folclor criollo— y el otro con el sugestivo nombre de Gato Tuerto, denominación amparada en disímiles versiones.
Se habla también de que en él se había establecido una especie de competencia de resistencia alcohólica, con la singularidad de que cada bebedor llevaba su propia copa. Hay quienes aseguran que en aquel tiempo solo ambos bares permanecían abiertos en la ciudad hasta el amanecer.
Algunos otros atributos debió tener el Gato Tuerto para que fuera atrayendo a un número cada vez mayor de clientes, pero con una categoría que por lo general difería del otro felino, al resultar un espacio en el que se reunían artistas, músicos, escritores…, de mayor o menor renombre, pero donde la canción o el poema o el cuento eran degustados ante el llamado de un codiciado cóctel. Quizás gran influjo debió tener la música, sin duda otro fiel cliente. A diferencia de Bigote de Gato, el cantinero del Tuerto, sin abandonar la barra, conjugaba sus pedidos con unos solos de trompeta que todos disfrutaban.
Nueva vida para el Gato Tuerto
Un nombre es imprescindible dentro de la reaparición de este gato minusválido: Félix Ayón. Impresor y vecino de la Bodeguita del Medio —eternizada por él con ese nombre—, por su trabajo y sensibilidad se relacionó muy estrechamente con escritores y artistas. Las paredes de su casa se vestían con cuadros de Wifredo Lam, René Portocarrero, Carlos Enríquez…
Los años cincuenta ven levantarse en el Vedado suntuosos hoteles con sus cabarés de lujo, mientras que en algunas zonas de la capital otros centros de mucha menor relevancia y sin grandes espectáculos recibían a no pocos noctámbulos. Las áreas próximas a La Rampa y su favorable entorno —con el mar como trasfondo— fueron escogidas para la apertura de pequeños establecimientos donde primarían la intimidad, la música romántica y el buen gusto. Fue precisamente Felito Ayón quien hizo que se le diera otra vida más al GatoTuerto al remozarse la vieja casa de la calle O, entre 17 y 19, muy cerca del Malecón.
Y llegó el día de la inauguración: 31 de agosto de 1960, suceso muy esperado para los amantes de las “descargas”, esa especie de comunicación emotiva que se expande en cada una de las interpretaciones.
“Las pretensiones de este club —decía Felito Ayón— eran las de crear una tertulia de amor y dicha”. Así, comenzarían leyendo y vendiendo libros, discos, obras de arte, y el beneplácito de buena comida, o lo que es lo mismo, un verdadero Café Concert.
En la planta baja de la casona primaría un ambiente oscuro, con sus paredes cubiertas de espejos, una larga barra y una pequeña plataforma para trovadores, pianistas, cantantes y artistas. El gran actor del Gato Tuerto continuaría siendo el cóctel, con una especialidad: el Orgasmo del Gato, a base de whisky, cremas y cacao. En los altos se iría a refugiar el restaurante, ambientado con trabajos de Amelia Peláez —cuya vajilla en sus inicios era obra suya—, Raúl Acosta León, Mariano Rodríguez, Luis Mariano Pedro…, en tanto el diseño constructivo estuvo a cargo de Evelio Piña y Frank Olorticochea. El logotipo es del arquitecto Mario Romañach, concebido con círculos que se entrelazan y de donde surge el rostro de un gato con su ojo cubierto.
Felito Ayón declaraba: “La Bodeguita se encuentra en La Habana Vieja y El Gato en una zona vanguardista del Vedado, y yo quería aprovechar a una nueva hornada de artistas que se encontraban en un buen momento.
La década de 1960 tuvo un swing especial, en una nueva era totalmente distinta, en la cual llegamos a presentar el primer disco de poemas de Nicolás Guillén bajo el sello El Gato Tuerto”.
Fue también este bar-restaurante escenario escogido para los amantes del filin en las voces de Elena Burke, Omara Portuondo, Moraima Secada, César Portillo de la Luz, José Antonio Méndez, Frank Emilio, Las Capellas, Frank Domínguez…
Muerte y resurreción
En su viaje por el tiempo, como si se cumpliera aquello de que los gatos tienen siete vidas, en los años setenta se cerraron sus puertas para reabrir en 1980 y volver a cerrar cinco años más tarde. En 1988 fue nuevamente remodelada la construcción.
Un hecho sobresaliente sucedió en el Gato Tuerto y figura en los récords Guinness: durante cinco días consecutivos —desde el 21 hasta el 25 de junio de 2001— no dejó de escucharse lo que está considerado el bolero más largo del mundo —con setenta y seis horas de duración ininterrumpidas—, en el que participaron 498 cantantes, quienes interpretaron 2175 canciones.
Una tarja rememora el trascendental acontecimiento.
Figuras de la talla de Gabriel García Márquez, Cheo Feliciano, Miguel Barnet, Pablo Armando Fernández y Virgilio Piñera acudieron a este singular refugio.
Hoy el Gato Tuerto mantiene su tradición artística y musical. Julio Acanda, presentador de la televisión y su director artístico, así lo confirma con el lema Todos los géneros, todos los estilos. En él se puede disfrutar desde los grandes boleros hasta la canción lírica, o las presentaciones inigualables de Juana Bacallao. Cada tres meses se monta una exposición de grandes artistas de la plástica.
Virgilio Piñera lo eternizó en unos versos:
En el Gato Tuerto
hay una noche dentro de la noche,
con una luna que sale para algunos,
un sol que brilla para otros
y un gallo que canta para todos.
En el Gato Tuerto,
¿me atrevería a decirlo?
hay un pañuelo para enjugar las lágrimas.
Y hay un espejo para mirarse cara a cara.