Pensar en la luz como un chorro de partículas transportadoras de energía, así como explicar la Relatividad Espacial o relación entre espacio y tiempo, hasta llegar a su fórmula E=mc², una ecuación archiconocida y popular hoy día; pero además, reformular el concepto de gravedad a partir de una nueva teoría de la Relatividad General, fueron las proposiciones geniales de Albert Einstein que, no solo revolucionaron las ciencias, sino también la vida de muchos seres humanos.
En Cuba, las interpretaciones y debates en torno a los principios einsteinianos, de extraordinaria implicación para la Física, y la adjudicación del Premio Nobel en 1921 —tenía entonces Albert Einstein 42 años— por el descubrimiento de la ley del efecto fotoeléctrico, tuvieron, como en otros lugares del mundo, su repercusión, sobre todo, en el mundo académico.
El ingeniero José Isaac del Corral Alemán, toda una autoridad científica en el país, fue el primer cubano que públicamente, en 1923, realizó una exposición de la teoría de la relatividad de Albert Einstein. Pero el debate quedó abierto definitivamente el 22 de febrero de 1924 en una sesión de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana cuando este ingeniero sometió al foro académico un trabajo del sacerdote y reputado meteorólogo Mariano Gutiérrez Lanza, donde el religioso se identificaba como no relativista, no obstante encontrar la teoría de Einstein fascinadora en la forma y audaz en afirmaciones.
El 19 de diciembre de 1930, seis años después de abierto el debate en torno a las evidencias de la teoría de Einstein en la institución científica de la calle Cuba número 460, en La Habana Vieja, la comunidad intelectual, reunida en sesión extraordinaria, acogió en el Paraninfo la excepcional presencia del físico admirado y reconocido como genio.
Al encuentro con el Premio Nobel acudieron los miembros de la propia Academia de Ciencias y los integrantes de la Sociedad Geográfica de Cuba, además de la prensa y otros sectores de la cultura en la capital. En su breve estancia habanera —unas 30 horas aproximadamente— también asistió a una recepción que le ofreció la Sociedad Cubana de Ingenieros.
Al término de las actividades solemnes organizadas en su honor, el ilustre y sagaz científico dejó consignadas en el Libro de Oro de la Sociedad Cubana de Geografía estas palabras: La primera sociedad verdaderamente universal fue la sociedad de los investigadores. Ojalá pueda la generación venidera establecer una sociedad económica y política que evite con seguridad las catástrofes
Sus anfitriones lo condujeron a bellos parques y lujosos clubes, en un recorrido por el rostro amable y fastuoso de la ciudad, pero él pidió le mostraran también los barrios pobres. Entro entonces a los solares y cuarterías y fue complacido con otro itinerario que comprendió los barrios de indigentes de Llega y Pon y el de Pan con Timba, el Mercado Único y las modestas tiendas de la Calzada del Monte.
Apenas zarpó del puerto habanero con destino a Panamá el Belgenland, el barco donde viajaba junto con su esposa y otros colegas, Einstein evidenció con una agudeza de juicio extraordinaria sus impresiones en la página de su diario del día 20 de diciembre… clubes lujosos al lado de una pobreza atroz, que afecta principalmente a las personas de color.
El alto en el camino que el físico judío alemán hizo en La Habana coincidió con una etapa de enfrentamientos sociales que condujo a la llamada Revolución del 33. La intelectualidad progresista cubana pudo conocer y tributar sus simpatías no solo al científico dedicado, sino también al hombre que meditaba sobre los principales y más acuciantes problemas de su época.