La Habana tiene muchas bondades, significativo elogio a la memoria de famosos músicos, y sobre todo un trayecto imprescindible que lleva a los viajeros por bares y cantinas, hoteles y restaurantes para ilustrar de la mejor manera posible las tradiciones culinarias y la estirpe bohemia, con destaque en algunos escenarios en particular.
Existe un librito muy significativo, y muy cubano, para los amantes del buen vivir: Coctelería cubana: 100 recetas con ron del escritor y periodista, ya fallecido, Fernando G. Campoamor. Ese texto quizás podría ser la guía máxima del buen vivir para quienes quieren conocer una Habana sui generis y cosmopolita, repartida entre bares y cantinas.
Quizás ese título carecería de relevancia para algunos, pero la mayoría de quienes visitan La Habana, la capital cubana, pueden comprender el interés del autor en ofrecer una serie de preparados que mucho se disfrutan hoy en día en esta ciudad.
Amigo del novelista estadounidense Ernest Hemingway, precisamente ambos se acodaban algunas tardes en ciertos bares para intercambiar conocimientos sobre tragos; en el Floridita, por ejemplo, existe un recetario con más de 400 fórmulas.
Es el caso que el más conocido de todos los tragos cubanos es el Mojito, seguido de Daiquirí, Mulata, Cuba Libre y tantos otros que representan muy bien el espíritu insular.
De entre los míticos, el Daiquirí tiene sus seguidores y celebridades, con diferentes procedencias, pues algunos autores lo relacionan con las minas de cobre del mismo nombre en la oriental ciudad de Santiago de Cuba.
Esta era la receta ideal de Hemingway, que se bebía unos 12 vasos en el día y además se llevaba otro que denominaba “del estribo” para el camino, mientras regresaba en su coche desde el bar-restaurante Floridita a su finca Vigía, en las afueras de la capital, donde ahora está un museo con su nombre.
Quienes tienen un sentido epicúreo de la existencia pueden estar a gusto en La Habana, de bar en bar, pidiendo cócteles como Saoco o Habana Libre, Cuba Libre, por ejemplo. Pero también los clásicos Ron Collins, Mary Pickford, Havana Special, Centenario, Tricontinental, Boina Roja, entre muchos.
De bares y cócteles La Habana tiene de sobra; posee don, carisma, alcohol, erotismo, musicalidad y, sobre todo, la gracia divina otorgada por el Caribe a esta Isla.
El ave fénix del Sloppy Joe, y otras novedades
A propósito de esa ruta imprescindible, sobresale el Sloppy Joe’s Bar, frecuentado en los años 20 a 50 del pasado siglo sobre todo por artistas estadounidenses y reabierto tras una reparación capital.
Ubicado en la calle Ánimas esquina a Zulueta, a una cuadra del céntrico Paseo del Prado (hoy Martí), el Bar Sloppy tiene una historia poco común.
Esa casa de bebidas abrió en 1917 y tiene su especie de par en Cayo Hueso (Estados Unidos); este último fundado en la década de los años 20, cuando el crack económico, y cuyo dueño se nombraba Joe Rusell, íntimo amigo de Ernest Hemingway.
Joe vino de España a Cuba en 1904; su nombre verdadero era R. José Abeal. Al llegar a esta Isla trabajó como dependiente por tres años en un bar de las calles Galiano y Zanja, según reza en un folleto publicitario de la época.
Era un español aventurero, viajante en barco a Nueva Orleans, Louisiana, después de abandonar su trabajo en La Habana. En Estados Unidos continuó laborando como barman seis años y vivió en Miami.
Cuentan que en 1918 regresó a la capital cubana y consiguió trabajó como cantinero en el café Greasy Spoon (La Fonducha); seis meses más tarde decidió montar su propio negocio.
Pero existe una contradicción, pues algunos documentos señalan la apertura del Sloppy en 1917 y, sin embargo, el folleto promocional cuenta la llegada de José a Cuba en 1918… asuntos de leyendas.
La historia continuó cuando José, ya convertido en Joe por su estancia norteamericana, compró un supermercado desvencijado en la esquina que ocuparía su bar, pero resulta que el sitio era bien sucio, con encharques de agua, y sus amigos estadounidenses le convencieron para que el nombre del bar fuera Sloppy.
Su signo más distintivo era que en las columnas estaban las fotos con firmas de artistas famosos o celebridades en tránsito por el lugar, por ejemplo, la actriz Ava Gardner, el boxeador Joe Louis, el cantante Frank Sinatra, el actor Errol Flynn, entre otros muchos.
Campoamor, periodista e historiador del ron, comentó en vida a este periodista que ese fue un bar de poco disfrute para los verdaderos bebedores de La Habana, pero significativo.
El y su amigo Hemingway compartían la barra del Floridita, unas cuadras más adelante, en la calle Obispo, también uno de los más renombrados, pero no el Sloppy, por tanto consideró que Hemingway visitó el de Cayo Hueso, pero no el de La Habana, pese a su fama.
El Sloppy Joe cubano llegó a tener gloria en toda América, una celebridad comparable con el Café Don Pedro Chicote de la Gran Vía madrileña, según opiniones de críticos de esos tiempos.
Floridita, Sloppy, Bodeguita del Medio, a la sazón bar y restaurante, son sitios imprescindibles en esa ruta habanera, con estancias más o menos prolongadas, para poder disfrutar del ambiente de tales lugares. Más allá, por el puerto, Two Brothers acompaña las presencias ya ausentes de músicos del momento, en una estirpe marcada en los años 50 del pasado siglo.
Ahora, la elegancia y el rigor la llevan bartenders, veteranos o jóvenes profesionales, que dan continuidad a la tradición con la Asociación de Cantineros de Cuba (ACC), que aporta un valor agregado perceptible de amabilidad, y da renombre a bares abiertos o por abrir.
ACC, tradición y profesionalismo
La Asociación de Cantineros de Cuba se crea como entidad profesional en 1999, pero inicialmente en 1998 se gestiona el llamado Club de Cantineros de Cuba, teniendo en cuenta la trascendencia y el antiguo Club creado en 1924, cuando se estableció una de las primeras asociaciones profesionales de su tipo, incluso a nivel internacional.
En la actualidad la ACC cuenta con representaciones en la mayoría de las provincias del país, sobre todo en los polos de recreo.