En el poblado de Bejucal, pequeño municipio de la provincia occidental de Mayabeque, sí que saben celebrar las charangas, festejos populares muy criollos.
Al igual que las parrandas de Remedios y los carnavales de Santiago de Cuba, son consideradas las tres fiestas populares nacionales de Cuba.
Los pobladores de Bejucal, como los de las regiones antes citadas, se distinguen por haber preservado con mayor empeño, y por tanto con mayor lucidez y esplendor festividades autóctonas de reconocidas resonancias a nivel de toda la Isla.
Cuando se acerca la Nochebuena y la Navidad rompen los festejos, después de largos meses de ideas, proyectos y entusiastas acciones en pro. Y es porque en sus inicios la diversión, hoy netamente profana, estuvo ligada a la religiosidad católica predominante en tiempos de la colonia.
Bejucal, hoy con unos 115 kilómetros cuadrados de extensión y más de 27 mil habitantes, fue fundada en 1713 por el capitán español Juan Núñez de Castilla. Cada 24 de diciembre es el día de mayor lucimiento del gran rumbón en el que desfilan congas, comparsas y carrozas y hay un notorio despliegue de actividad artesanal, así como de pirotecnia.
En dos grandes bandos se agrupan los organizadores de los tambores: los seguidores de la Ceiba de Plata (antes nombrado La Musicanga), con el color azul como representativo y el símbolo del alacrán, y los de Espina de Oro, antes conocidos como Los Malayos, con el gallo en su estandarte y el color rojo en su pendón.
Cada bando se prepara con fervor, creatividad y mucha imaginación en contar o representar una historia, cuya originalidad y garra los debe llevar a ganar la victoria en los festejos. Cuenta la leyenda que los iniciales integrantes de la Musicanga eran los más humildes y progresistas del poblado, en tanto los Malayos eran los más adinerados y conservadores.
Hoy es la simpatía, la amistad y sobre todo la tradición familiar lo que asegura la pertenencia a uno y otro grupo de cumbancheros o charangueros.
Mantener una tradición que viene desde mediados del siglo XIX, no ha sido fácil, pero los vecinos de Bejucal nunca se rindieron ni por asomo a las adversidades económicas ni obstáculos e hicieron pervivir su costumbre hasta los días actuales.
Momentos de singular emoción se viven durante las sorpresas que se preparan en el interior de cada una de las carrozas, en obras que exhiben las destrezas y habilidades de los artesanos de cada bando. Bailes populares, pasacalles de bullangueras congas, coros y juegos de participación complementan estas singulares fiestas en la que todo un pueblo vuelca su alegría y sus tradiciones.