Partiendo del área fundacional de la capital cubana, en las cercanías de la afamada Plaza de Armas, la calle Obispo es una de las más populosas del Centro Histórico de La Habana.
Y no es de extrañar que viajeros foráneos y naturales la prefieran, pues esta añeja arteria, hoy repleta de establecimientos comerciales como tiendas de artesanía, discos, joyerías, cafés, librerías y restaurantes, les ofrece un panorama de la vida actual y del fascinante pasado colonial de la esplendorosa ciudad marítima.
De modo que después de haber visto los palacios y fortines aledaños a la Plaza de Armas, hoy sedes de museos e instituciones, si el turista se adentra por la interesante Obispo, aún verá edificaciones de una innegable arquitectura colonial, estampas costumbristas de hoy y de antaño, y terminará su paseo en las cercanías del famoso restaurante habanero El Floridita, donde el escritor estadounidense Ernest Hemingway solía degustar los mejores daiquirís del mundo. Aún los hacen allí, pues ese cóctel de fama mundial es ciento por ciento cubano.
Pero volviendo a los encantos de Obispo diremos que el recorrido es placentero también por las estampas de costumbres que en los últimos años han cobrado asiduidad en la arteria.
Allí pasea, exhibiendo su robusta humanidad, una señora mulata que ofrece la buenaventura, solo a cambio de algunas monedas. Es barata esa predicción tan pintoresca venida de una persona ataviada a la usanza cubana, con vestido blanco, pañoleta anudada en la cabeza y un puro habano humeante en sus labios. Su expresión amable y jacarandosa divierte a quien la interpela.
Hay arpegios de música cubana sonando aquí y allá, interpretada por dúos o tríos de cantantes ambulantes, de pura raíz criolla. Se escuchan con sabor inigualable sones, boleros o guarachas con la alegría y picardía del cubano del ingenioso artista humilde y de a pie.
Los desfiles o pasacalles del grupo de Gigantería son todo un acontecimiento frecuente en la calle Obispo y otras del Centro Histórico. Varios artistas montados en zancos que los elevan al cielo, recorren a golpe de tambores esa zona, con una multitud de seguidores que no puede sustraerse al llamado de la conga cubana.
Hay más, estatuas vivientes, aunque bastante verídicas, que representan personas como La palomera o el arlequín, junto a las cuales cualquiera puede tomarse una foto de recuerdo.
Muchachas ataviadas a la antigua ofrecen flores, colocadas con primor en canastos, y hasta el personaje del antiguo calesero, vestido de impecable uniforme se ha visto caminar por el lugar. Este personaje era quien conducía los coches de caballos o quitrines antiguos. Generalmente eran esclavos domésticos, elegidos por su porte y presencia para ese fin.
Hoy, ese es el color y el latir de la legendaria calle Obispo, o del Obispo, como fue llamada originalmente en tiempos en que allí residió la primera autoridad eclesiástica de ese nivel en la capital cubana, dicen que en el siglo XVI.