Baracoa, de más de medio milenio de vida, es una de las ciudades más pintorescas de Cuba y un prometedor destino turístico que resalta por la exuberante naturaleza, acendradas tradiciones, historia y tesoro cultural.
El 27 de noviembre de 1492 llegó Cristóbal Colón a esa zona del extremo oriental de la costa norte de Cuba, que calificó como “la cosa más hermosa” y era llamada por los nativos Baracoa, que en lengua aruaca significa “tierra alta”, aunque otros aseguran quiere decir “existencia del mar”.
Primera en el tiempo Fue la primera población fundada por los españoles cuando iniciaron la colonización de la mayor isla del Caribe en el siglo XVI. Nació el 15 de agosto de 1511 con el nombre de Villa de Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa. Además, fue la capital primigenia del país, atributo que puede leerse en el escudo de la ciudad: “Aunque pequeña entre las ciudades de Cuba, eres sin embargo la primera en el tiempo”.
Guantánamo, la más oriental de las provincias cubanas, acoge esta joya caribeña, rodeada por montañas, ríos y una colorida vegetación, que se encuentra a más de mil kilómetros de La Habana.
La abrupta geografía circundante es una de sus grandes atracciones, aun cuando durante mucho tiempo la aisló del mundo, situación que cambió con el viaducto de La Farola, construido en 1964 y abierto al tránsito en 1965.
Maravilla de la ingeniería
Considerada una de las siete maravillas de la ingeniería civil cubana por la complejidad de su ejecución, La Farola es la principal vía de acceso a la Ciudad Primada de Cuba, cuyo trazado serpentea por sinuosos e inclinados montes.
La Farola tiene seis kilómetros de extensión, seis metros de ancho y once puentes colgantes. A más de 400 metros sobre el nivel del mar, parece estar suspendida en el aire, pues “en lugar de cortar la montaña se fundió una placa volada sobre el precipicio, sostenido en su parte saliente por gruesos pilotes de hormigón enclavados sobre la roca”, según publicó la prensa de la época.
Este viaducto, que debe su nombre a la montaña homónima, discurre por paisajes deslumbrantes. La villa aparece cercada por macizos montañosos, coloridos bosques tropicales de espeso follaje, caudalosos ríos donde navegan las balsas rústicas conocidas como cayucas y playas vírgenes.
Monumento de la naturaleza Su marca distintiva es El Yunque, elevación de 575 metros de altura, que Colón describió en su diario del primer viaje como “montaña alta y cuadrada que parecía isla”.
Antes El Yunque había sido testigo de las canoas indias en que llegaron, procedentes de los Andes a través de las costas de Venezuela y saltando de isla en isla por las Antillas, los primeros habitantes del lugar.
A lo largo del tiempo esta meseta de superficie horizontal y laderas casi verticales ha devenido punto de orientación, a modo de faro natural, para las naves que cruzan el Canal Viejo de Bahamas. Hoy es el más sobresaliente icono de Baracoa e inspiración de músicos y escritores.
A solo ocho kilómetros de la ciudad se levanta El Yunque, donde habita una rica y variada fauna de carpinteros, tocororos, zunzunes, jutías, lagartos y reptiles.
Desde este monumento de la naturaleza se divisa un extenso paisaje de montañas, ríos y la bahía de Baracoa.
El Yunque, nombrado así por su similitud con esa pieza de herrería, es un vivo ejemplo de la espléndida naturaleza de Baracoa, que forma parte del Parque Nacional Alejandro de Humboldt, núcleo de la Reserva de la Biosfera Cuchillas del Toa.
Estos parajes están reconocidos como los de mayor biodiversidad y endemismo del Caribe insular y uno de los sitios mejor conservados de Cuba.
Aquí habitan poblaciones, muchas veces únicas, de especies amenazadas o en peligro de extinción como la polimita, moluscos de vivos colores, o el almiquí, y otras que sobresalen por figurar entre las más pequeñas del mundo. Tal es el caso de una ranita de apenas 11 mm de longitud y el zunzuncito, de unos 63 mm de tamaño.
La gente, el mayor tesoro
Tan peculiares como esos paisajes son los más de 80 000 habitantes del lugar, quienes resaltan por su encanto y autenticidad, cuyo carisma y hospitalidad invitan siempre a volver.
Entre ellos se pueden encontrar los mismos rasgos indígenas —nariz afilada, pelo lacio, piel oscura y estatura pequeña— que definían a los taínos, el pueblo aborigen que vivió en la zona y del cual hablan los más de 60 sitios arqueológicos del lugar.
Los baracoenses conservan intacto el espíritu lugareño y hábitos que han sobrevivido al tiempo y son fruto de la mezcla de las culturas indígena, española, africana y francesa a lo largo de estos 500 años.
De la huella de España en Baracoa dan fe las fortalezas de Matachín, la Punta o el Castillo, erigidas para proteger a la ciudad de ataques de corsarios y piratas en el siglo XVIII, así como la Cruz de Parra, única que se conserva de las 29 colocadas por Colón en sus viajes por América, cuya legitimidad está avalada por investigaciones científicas.
La iglesia parroquial de Baracoa acoge esta reliquia, que fue plantada en esa zona el 1 de diciembre de 1492 y es considerada la más antigua del llamado encuentro entre las culturas europea y americana.
La tierra del cacao
La presencia francesa se siente en el cacao, introducido en 1668, pero cuyo cultivo vivió un boom por la emigración procedente de Haití a finales del siglo XVIII.
Baracoa es el lugar de Cuba con mejores condiciones para el cultivo del cacao, por el clima, las lluvias, la temperatura y la riqueza de los suelos de la zona.
Allí todavía se conservan tradiciones artesanales perdidas en otros países productores, lo que motivó la incorporación de Baracoa a la Ruta del Cacao, proyecto regional patrocinado por la Unesco.
Del cacao procesado allí se elabora el chorote, un chocolate espeso y aromático, toda una carta de presentación de la gastronomía local.
Sabores de Baracoa
También alimento típico de la región es el coco, que se mezcla con frutas, miel y especias dulces para elaborar los famosos cucuruchos, con hojas de yagua de palma.
Los cucuruchos forman parte de la exótica gastronomía de Baracoa, una de las plazas de Cuba con mayor tradición culinaria, en la que sobresalen más de 200 recetas de platos únicos de sugerentes nombres, trasmitidas de generación en generación y que tienen su base en productos locales, cuyo pasado se remonta a la época aborigen.
Entre ellos se incluyen el bacán, especie de tamal de plátano verde; el frangollo y el tetí, diminuto pececillo que solo aparece con el cuarto menguante, siete días después de la luna llena.
Procedente del mar, el tetí llega en grandes bancos a las desembocaduras de los ríos, donde están los tibaracones. Es lo que los lugareños llaman la “arribazón” y su captura deviene todo un rito local, que se remonta a tiempos ancestrales y en el cual participan hombres, mujeres y niños.
Sobresale por su sabor y se le atribuyen propiedades afrodisíacas. Se come entomatado, frito o seco, y también como ingrediente del bacán.
Además de ser uno de los símbolos culinarios distintivos de la región, por ser el plato más apreciado, el tetí es uno de los grandes mitos de Baracoa, como lo es también La Rusa.
La Rusa
Huyendo de la Revolución Rusa de 1917, la aristócrata de esa nacionalidad Magdalena Menasses anduvo medio mundo en busca de un remanso de paz hasta que descubrió Baracoa, donde vivió, seducida por el encanto de la ciudad, hasta su muerte en 1978.
Su sepelio fue todo un acontecimiento popular y su leyenda inspiró el personaje protagónico femenino en la novela de Alejo Carpentier La consagración de la primavera.
A mediados de los años cincuenta, Mima, como apodó la gente a la emigrante rusa, convirtió su casa en un hotel, que fue centro de la vida social de Baracoa, y como está frente al Océano Atlántico, lo nombró Miramar.
Hoy es el hostal La Rusa, íntimo y acogedor hospedaje de tres plantas, de cercana ubicación al centro de la ciudad e ideal para una agradable estancia, donde siempre se disfruta de la brisa marina.
Sus 12 habitaciones se incluyen en la oferta de alojamiento de la Ciudad Primada, a la que se suman más de 200 casas particulares que rentan cuartos a quienes visitan la villa. A la par, florecen las paladares o restaurantes privados, lo que enriquece los atractivos de Baracoa como un destino turístico emergente.