Farmacias patrimoniales: tesoros de La Habana Vieja

En Cuba, si de algún modo se quiere expresar la cualidad de lo variado, la condición de lo diverso, echamos manos al socorrido refrán: hay de todo como en botica; pero si se trata de hacer referencias a un suceso de término seguro, de esos que bajo ningún concepto dan margen a errores o equivocaciones, el cubano de hablar dicharachero asegura con gran facundia en lengua vernácula que es: como una pedrada en ojo de boticario.

Y no es solo por el hecho de que el cubano tenga para todo —o para casi todo— una frase, en este caso es también porque ambas expresiones del refranero popular se correlacionan con la idea que de cierta manera tiene de ese saber que se asocia con la ciencia que combina sustancias, elabora y comercializa remedios y utiliza medicamentos para conservar la salud.

Sin descartar los saberes que tenían los aborígenes sobre algunas sustancias curativas de origen natural y que fueron en alguna medida transmitidas a los conquistadores españoles, algunos historiadores aseguran que la práctica farmacéutica se inició en la Isla a finales del siglo XVI, cuando los habitantes de la antigua villa de San Cristóbal de La Habana comenzaron a hacer uso de medicamentos traídos de España. Entonces, los herbolarios y boticas eran pocos, y se localizaban en la calle Real, hoy Muralla, y en el Desagüe, actualmente el reconocido callejón del Chorro.

Pero ya en los albores del siglo XVIII, si nos atenemos a la existencia de un primer texto sobre medicamentos con carácter normativo, la situación pudo ser otra. En 1723, a solicitud del protomédico Francisco de la Teneza y Rovira, el impresor gantés Carlos Habré, asentado en la villa, hizo salir de las prensas de su imprenta una Tarifa general de precios de medicina, singular folleto donde quedaban registrados por sus nombres en orden alfabético 187 medicamentos con sus respectivos precios para la venta. La violación de aquellas normativas en los ya no tan escasos comercios, boticas o farmacias, implicaba sanciones a los infractores.

En 1842, con la secularización de la enseñanza superior en Cuba, se tomaron en cuenta los estudios de Farmacia, incluyéndolos dentro del plan de la carrera de Medicina, y en 1863 la Universidad abrió una Facultad para esta especialidad. Finalmente, los profesionales del gremio promovieron su actividad académica organizando en 1880 el Colegio de Farmacéuticos de La Habana, institución con representación en el interior de la Isla y fuera de ella, y con una publicación oficial encargada de divulgar todo lo concerniente a sus intereses. Su presidente fundador fue José Sarrá y Valldefulí, reconocido entre especialistas y empresarios del ramo.

Era el Dr. Sarrá Valldefulí miembro de una de las familias de mayor arraigo y de tradición farmacéutica de la Isla. Él y su parentela llegaron a ser los dueños de un establecimiento que se convirtió, con el paso del tiempo, el trabajo y la dedicación de sus sucesivas generaciones, en verdadero emporio de ciencia y arte.

En el inmueble que en otros tiempos estuvo la droguería La Reunión —reconocida igualmente como botica Sarrá— se encuentra hoy, como testigo de una importante época fundacional, el emblemático museo de la Farmacia Habanera; esta bella e histórica institución pasa a ser, conjuntamente con las farmacias Johnson y Taquechel, un complejo de obras patrimoniales conservadas por la Oficina del Historiador en La Habana Vieja. Visitarlas es emprender una ruta por el conocimiento y la historia de la farmacopea cubana, y apreciar colecciones estimadas como únicas.

Las majestuosas farmacias habaneras del siglo XIX fueron habilitadas por sus dueños con ostentosos mostradores de mármoles importados y vidrieras confeccionadas con excelentes maderas del país, con frascos para sustancias medicamentosas traídos de Europa. La regia decoración trasmitía sobriedad, pero también definía el estatus socioeconómico y hasta la cultura del propietario. La innovación tecnológica tenía lugar en los dispensarios o en la rebotica de aquellos establecimientos. Las fórmulas magistrales y oficinales de los doctores Johnson, Lobé, Sarrá, Curquejo y Taquechel, asentadas en libros habilitados para esos fines, se encontraban entre las recetas de los medicamentos más efectivos y se comercializaban en todo el país, y algunos fuera de sus fronteras.

Pero paralelamente a estas grandes y prestigiosas firmas, verdaderos emporios farmacológicos, otras no tan opulentas, y algunas hasta de dudosa profesionalidad coexistían en La Habana de entonces y sus alrededores.

Por la ingenuidad de algunos que resultaban engañados por farsantes y charlatanes, pero las más de las veces por la necesidad de aquellos que no poseían recursos suficientes, fueron muy socorridos algunos pequeños y rústicos establecimientos en recodos de calles y callejones, allí iban los negros esclavos y era donde la población pobre intentaban paliar sus enfermedades con remedios de los tres reinos. Era una Habana de contrastes, de yerberos y sus pregones, y hasta la de un médico llegado de la remota China que recetaba y elaboraba sus propias medicinas, cuya fama fue tal, que le jugó la mala pasada de convertirlo en la leyenda que invoca: ni el médico chino lo cura.

Una interesante muestra de lo más representativo de la Farmacia Patrimonial cubana, heredera de una tradición que combina las cualidades de lo útil con lo bello, se puede apreciar en varios puntos del centro histórico capitalino. Son pocas las ciudades en el mundo que cuentan con tal riqueza. Los bienes que en las boticas patrimoniales de la Habana Vieja se atesoran, se preservan y se exhiben son de incalculable valor; visitarlas y disfrutar de sus colecciones es aprender y no solo de su historia, en estas instituciones se desarrolla una labor que tributa a la cultura de la naturaleza y su consumo inteligente. En ella se expenden medicamentos naturales de producción nacional que han sido avalados por la ciencia médica y farmacéutica cubanas, se dan a conocer sus propiedades y bondades para la salud con los nobles objetivos de alcanzar una vida mucho más sana.

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Un comentario sobre «Farmacias patrimoniales: tesoros de La Habana Vieja»

  1. Jorge Ríos

    Buenas noches mi nombre es Jorge Rios. Estoy escribiendo un libro sobre la historia de la familia Sarrá, ya que viven cerca de mi domicilio. Este mensaje es para solicitar el permiso para poder utilizar la imagen de la farmacia la Reunión que esta en este artículo. Siempre citando la fuente. Gracias

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