Cierta vez que habló de ellos, el escritor norteamericano Ernest Hemingway dijo que eran unas criaturas decididamente feas cuando se les miraba al detalle: patas largas en demasía, pecho esmirriado, alas delgaduchas y casi en esbozo; cuello estirado a más no poder. Es decir, todo un alarde de desproporción.
Pero lo cierto es que, en conjunto, todos estos elementos, más su forma esbelta de caminar, el estilo de mover la cabeza para satisfacer su curiosidad, la manera de emprender vuelo, hacen que la mayoría de las personas sucumba ante el hechizo de esta ave, gregaria como pocas, porque esa es, precisamente, otra de sus características primordiales: vive en colonias, se mueve al unísono formando una nata rosada en el cielo y su sistema defensivo frente a los intrusos es el de todos contra uno y uno contra todos.
Se dice que en el archipiélago cubano debe de haber una población de 230 000 individuos, es decir, 150 000 más que hace diez años, posiblemente la mayor del Caribe. Esa evidencia contrasta favorablemente con el estado crítico en que se encontraba la zona hace dos decenios.
Aunque hay algunos lugares, como los cayos del norte de Ciego de Ávila —Coco, Guillermo y Romano, concretamente—, donde habitan notables poblaciones de flamencos rosados, es en la extensa llanura cercana a la desembocadura del río Máximo, en Camagüey, donde existe la mayor área de nidificación de esta especie en las Antillas. De acuerdo con datos del Grupo de Conservación de la Flora y la Fauna de esa provincia central de Cuba, la colonia cuenta con más de 50 000 ejemplares, cifra cinco veces superior a la existente en el lugar a comienzos de la década. Un grupo de trabajadores, encabezados por el biólogo Rafael Morales Leal, se desplaza día a día entre el fango a fin de ayudar a alimentar a los flamencos demasiado débiles para moverse. La jornada incluye trazar planes de educación ambiental entre los pobladores de las comunidades de la zona, evitar la acción de peligrosos depredadores y estudiar la bella ave dentro de su hábitat natural y salvaje.
El flamenco rosado caribeño (Phoenicopterus ruber ruber) es posiblemente la más popular y fascinante especie de las aves acuáticas de la región. Su nombre proviene del francés flame, es decir, atributo que proviene de su vivo color. Nada tiene que ver con Flandes ni con el baile de origen andaluz.
Hay en el mundo siete especies y cuatro subespecies de flamencos. Su color varía según la alimentación, que en lo fundamental incluye crustáceos, moluscos y algas con colorantes vegetales. La especie que habita en Cuba y en otras áreas del Caribe es de pigmentación rosada.
El flamenco está en la lista del libro rojo de las especies amenazadas y existen leyes y programas encargados de su protección y reproducción en algunos países del área. El flamenco rosado estuvo a un paso de la extinción. Hasta los años 70 del siglo XX, el ave aparecía, incluso, en las ofertas turísticas de caza.
Algo curioso es que los flamencos, cuando son recién nacidos, se parecen mucho al Patito Feo, ese clásico de la literatura infantil del danés Hans Christian Andersen. Solo que no llegarán a ser cisnes, pero tendrán una belleza también reconocida por los amantes de las aves que surcan en bandadas hechizantes el cielo azul en parajes muy parecidos al paraíso, si existiera…